Claudia S. Corichi García
El papiloma humano (VPH) es un virus que se propaga por el contacto sexual o líquidos corporales infectados, es altamente contagioso y mortal, que afecta principalmente a las mujeres.
En el mundo existen tres vacunas autorizadas para la prevención de la infección por VPH: bivalente, tetravalente o cuadrivalente y nonavalente. De las cuales, las dos primeras son las que se recomienda aplicar en el territorio nacional por las características epidemiológicas del cáncer que se ha detectado, pero son las que han presentado mayores problemas de disponibilidad debido a la baja producción mundial y a sus altos costos.
A finales del año 2019, la Organización Panamericana de la Salud reportó que se diagnosticaban aproximadamente 72,000 mujeres en el continente americano cada año, y ello representaba la primera o segunda causa de cáncer cervicouterino en la mayoría de los países en la región, considerada como una enfermedad grave que afecta desproporcionadamente a las mujeres en situaciones vulnerables.
La mortandad por esta causa puede prevenirse y reducirse, en gran parte a una cultura de prevención a través de revisiones médicas periódicas para detectar a tiempo este virus, especialmente en el estudio de papanicolau y a la aplicación de la vacuna que tiene un espectro de cobertura para varios de sus serotipos, sobre el 16 y 18 que están asociados con el desarrollo del cáncer. En este sentido, un papel fundamental lo juegan las políticas y el presupuesto público orientado a este fin. Es por ello, que hace casi 13 años siendo Senadora de la República, junto con otras compañeras y la sociedad civil, impulsamos diversas acciones para que la Secretaría de Salud del Gobierno Federal, impulsara un programa de vacunación gratuito en contra de este virus.
Finalmente, la vacuna empezó a aplicarse en 2012 en nuestro país, para una población objetivo de niñas entre los 9 y 12 años. En Estados Unidos, las vacunas del VPH se empezaron a aplicar seis años antes que en México y en Canadá cinco años antes. Por otra parte, hay que tener presente que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció como meta para el año 2030, vacunar al 90% de niños, niñas y adolescentes. Lamentablemente, nos encontramos lejos de ello con malas noticias en ese aspecto en nuestro país.
La vacuna contra el VPH fue interrumpida desde el año 2018, además de la baja producción de vacunas a nivel global y a sus altos costos de adquisición, por la insuficiente difusión y prioridad en el seguimiento en el esquema nacional de vacunación para atender este problema de salud pública. Situación que se agravó desde que comenzó la pandemia de covid-19.
De acuerdo con las cifras oficiales del año pasado, del total de la población contagiada, el 88.3% son mujeres en un rango de edad de 25 a 64 años y el 11.7% corresponde a los hombres. Los estados de la República que registraron mayores contagios fueron Estado de México con 1,883 casos, Ciudad de México con 1,778 casos y Chiapas con 1,238 casos.
El pasado 11 de abril, la OMS emitió un comunicado oficial en el cual considera un esquema de dosis única de la vacuna contra el VPH para niñas y mujeres de 9 a 20 años, ya que se estudió que una dosis única no tiene una efectividad inferior al esquema de dos dosis, con respecto a la prevención de lesiones premalignas relacionadas con el desarrollo de cáncer cervicouterino.
Por lo que esperamos, que esta medida dictada por la OMS y el ajuste que se hizo este año en la política de vacunación nacional a través de la campaña implementada entre el 22 de noviembre al 9 de diciembre, haya dado buenos resultados para subsanar la deficiente cobertura en la aplicación de vacunas, aunque esta campaña sólo contempla la aplicación de una dosis única en niñas de primero y segundo grado de secundaria o en edad de 13 y 14 años.
No debemos vivir un retroceso en este sentido y se debe subsanar la brecha en la vacunación en nuestro país, por ello, debemos celebrar que hay avances en este sentido y continuar redoblando esfuerzos porque nuestras hijas e hijos que son las futuras generaciones sufrirán las consecuencias. La salud pública debe tener una perspectiva de género y un presupuesto que la garantice, ello debe ser una prioridad. La pandemia nos dejó de lección: sin salud no hay nada.